Y no desaparece.
Como cada mañana maldije el salir del sol. He encontrado un refugio bajo las sombras que producen mis ojos cerrados. Hoy tampoco es un día de vida.
La ducha simula una lluvia tenue, que pareciera lavar el cuerpo, más no el espíritu. La comida sabe a castigo. Entre culpas y rabias, logro comer lo suficiente para caminar.
En cuanto oculto mi rostro tras la máscara… Comienza el día.
La gente pasa y se recibe con gran alegría, hay risas, bromas y abrazos. Todas envueltas en cariño y promesas a cumplir. Brotan carcajadas y florecen sonrisas. El olor a optimismo inunda el lugar.
Y no desaparece.
Comienza el descenso y poco a poco el cielo devora al sol. Desde los cerros nacen los ríos de sangre que tiñen las nubes, desde los mares comienzan a vislumbrarse las primeras lagrimas arrojadas por los astros, cubriendo el negro vestido que utiliza la dama blanca.
La máscara pierde peso, se siente más cómoda. Entre elixir de olvido y aire envenenado por piedad, surgen palabras sinceras. Que desaparecen entre los inquilinos noctámbulos.
Tras el cansancio, se esconde la necesidad, que se disfraza de ventana en donde más que rostros se ven letras. Almas que suplican por la cicuta de la esperanza en oportunidades inexistentes.
Se intercambian historias y experiencias, mientras la ansiedad abunda en quien espera la sonrisa inalcanzable. Rumores de estocadas, finales felices y heridas abiertas no cesan de aparecer.
Y no desaparece.
En mis manos, la cuerda del futuro dibuja su polaridad.
Si diera la vida por traspasar la coraza y alcanzarla, no sería suficiente.
Si reuniera el disipado orgullo y pudiera darla la espalda, solo la mascara quedaría.
Los ojos se cierran lentamente, mientras los labios con un ultimo esfuerzo, mencionan en voz alta su nombre…
Y no desaparece.
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