Rodeado de nubes, iluminado bajo un eterno firmamento…
Sostenido en pilares de confianza y sinceridad, junto a un jardín de rosas regadas con ilusión y plantadas con esperanza.
Al pasear por sus pasillos escucho una vez más el soneto escrito con nuestra historia, el réquiem al compás de nuestros latidos, la sinfonía que deletrea tu nombre. El tenue vals de los vientos que murmuran en tus labios no deja de esparcir sonrisa a quien le presta atención, y alivia los corazones de aquellos que llaman al portón por una limosna de serenidad.
Puedo ver el blanco mármol de tus piernas, y la purpura seda de tus brazos. Puedo degustar la fragancia de tu espalda, el dulce sabor de tu cuello. Puedo sentir el calor de tu vientre y la seguridad de tu pecho.
Puedo vivir la sensación del cielo.
No existe lugar más hermoso, que el palacio que construí en tus ojos.
Cerrando el lugar y fortaleciéndolo como mis tres ejércitos, me despido del santuario de mi alma. El lugar que guarda mis sueños, el sitio que alberga a mi corazón.
Tus ojos se alejan de mí, junto con el monumento que construí en tu sonrisa y la torre que edifique en tu
perfil.
Algún día mis ojos no volverán abrirse como esta y todas las mañanas. Y ese día viviré en el palacio más inmenso que existe…
El palacio que construí en tus ojos.
(Foto cortesia de Yas).
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